De Geúve a pintura una mirada a Sebastián García Vázquez

Esta exposición pretende ser un homenaje y una reivindicación hacia la figura de un artista que no debe caer en el olvido y que sigue vigente, cobrando, si cabe, más sentido que nunca. Agradecer con estas líneas a los siete artistas de reconocido prestigio que a través de sus propias miradas reinterpretan y hacen suyas la de Sebastián un justo homenaje que mantiene viva su obra. Antonio Barahona, Alba Cortés, José Luis Domínguez, Fernando Domínguez Rivas, Johanna Failer, Alexander Grahovsky e Israel Tirado.

De Geuve a pintura una mirada a Sebastian Garcia Vazquez

El arte nos permite conocer el mundo a través de la mirada de otros.


La visión pictórica y literaria de Sebastián García Vázquez debe entenderse desde el profundo amor a  la tierra que lo vio nacer, la Puebla de Guzmán. Un legado para conocer el paisajismo, la vida, las costumbres y el folclore de las tierras andevaleñas.


La pintura de García Vázquez en ciertos momentos ha sido interpretada por su aspecto estético como una obra fuera de su tiempo por su corte costumbrista o localista. Huye de la rareza de lo contemporáneo para centrarse en representaciones amables. Sin embargo, más allá de su carácter formal y gracias a su independencia fuera de moda, su trabajo se ha mantenido vigente para convertirse en un legado atemporal.  Ya en 1983, Miguel Pérez Aguilera, padre de la pintura contemporánea andaluza, lo consideró un clásico con una personalidad diferenciada.


Desde hace años vemos una preocupación por recuperar lo popular en defensa de una identidad propia, una reivindicación de la sociedad actual que inexorablemente se diluye y unifica a través de lo global. Estamos ante un nuevo ciclo concienciado en mantener vivo el patrimonio.


No olvidemos que si algo es la obra de Sebastían es popular, en cuanto es su pueblo sobre el que centra su mirada. Una mirada que se aleja de lo meramente imitativo, del que se puede permitir pintar lo que conoce profundamente, incluso desde el recuerdo. Sus lienzos  están cargada de una personalidad lírica, que supo evolucionar desde los cuadros virtuosos de su juventud a lenguajes más oníricos y sociales en su madurez, sin perder de vista la identidad.


En su libro De pintura y de Géuve, el artista establece un diálogo consigo mismo sobre su pintura y su particular relación con su tierra. En él se pueden leer, además de sus reconocimientos en vida,  las dificultades que tuvo para mantener su independencia artística, consciente de que la demanda de la época iba en otra dirección. 




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